Trazado completo de la calle medieval. En rojo, los tramos desaparecidos o hipotéticos. En azul (calle Avellaneda) y en verde (calle de los Seises), los tramos conservados. Fotografía tomada de Google Maps

Hace unos días asistí a una conferencia de Vicente Fernández en la que este estudioso de la historia de nuestra ciudad nos describió la gestación de la plaza de los Santos Niños, una de las escasas intervenciones urbanísticas de importancia, junto con el paseo de la Estación o la remodelación de la calle Mayor, que tuvieron lugar en la deprimida Alcalá del siglo XIX. De paso, y aunque nada tenía que ver con este tema salvo por su vecindad, nos explicó también, a modo de propina, la existencia de una antigua calle medieval que discurría por detrás de la Catedral-Magistral y quedó cortada a mediados del siglo XVII tras unas obras de ampliación del complejo eclesial.

Vista a posteriori la existencia de esta calle resultaba lógica, sobre todo teniendo en cuenta el desmesurado tamaño de la manzana actual, entre la plaza de los Santos Niños y la calle de Santa Catalina, que originalmente habría estado partida en dos por la citada calle; pero hasta ese momento, lo reconozco, no había caído en ese detalle, lo que tengo que agradecer a mi buen amigo Vicente.

Como el tema me pareció curioso y es muy poco lo que se conoce de la Alcalá medieval, eclipsada por la magnificencia de los siglos posteriores, he decidido dedicarle un pequeño artículo analizando este interesante vestigio urbanístico.

Para empezar, conviene recordar siquiera de forma somera como era entonces Alcalá. Su recinto amurallado tenía una forma aproximadamente circular, con la Catedral-Magistral, entonces una simple parroquia, en su centro y una estructura viaria radial que conducía desde allí hasta las principales puertas de la villa: la calle Mayor a la Puerta de Guadalajara, ubicada en la confluencia de ésta con la plaza de Cervantes, de donde partía el camino a Aragón; la calle del Empecinado a la Puerta del Vado, probablemente el principal eje viario complutense puesto que conducía a Toledo; la calle de San Felipe y la desaparecida de Segovia a la Puerta de Burgos, sustituida en el siglo XVII por el Arco de San Bernardo que, a través del Paseo de los Pinos y de la carretera de Daganzo, comunicaba a Alcalá con Segovia y Burgos; y por último la calle del Cardenal Cisneros a la Puerta de Madrid, aunque la capital de España todavía no pasaba de ser una pequeña villa sin especial relevancia. He de advertir que, para evitar confusiones, utilizaré en el artículo los nombres actuales de las calles, aunque evidentemente entonces eran en su mayoría distintos.

Esta estructura radial se complementaba con una abigarrada trama secundaria que permitía moverse por el interior de los distintos barrios: el musulmán, situado entre la Vía Complutense, la calle de Santiago y la todavía inexistente plaza de las Bernardas; el judío, vertebrado en torno a la calle Mayor, y el cristiano, al sur del eje formado por la calles Santa Úrsula y Escritorios, la plaza de los Santos Niños y la calle Cardenal Cisneros, mientras el resto del recinto amurallado quedaba ocupado por el Palacio Arzobispal y su extensa alcazaba.

Existía además, al menos desde el siglo XIII, un amplio arrabal, situado extramuros, que abarcaba desde la plaza de Cervantes hasta los Cuatro Caños y la Puerta de Aguadores, no siendo hasta tiempos del arzobispo Carrillo, a mediados del siglo XV, cuando se amplió la cerca englobándolo en su interior. Este arrabal, que llegó a contar con una parroquia propia -la primitiva de Santa María, situada en la esquina de la plaza de San Diego con la calle del mismo nombre-, sería el elegido por el cardenal Cisneros para asentar en él la Universidad; pero ésta es otra historia.

Volvamos, pues, al recinto amurallado y más concretamente a los barrios cristianos, que venían a ocupar aproximadamente la mitad sur de éste. La existencia al norte de los barrios judío y musulmán, así como el recinto del Palacio Arzobispal, condicionaba bastante su urbanismo interno. En el caso del Palacio porque estaba separado del resto de la villa por una muralla interior que, más o menos modificada, ha llegado hasta nuestro días, y en el caso de los otros dos barrios porque, lejos de esa imagen idílica que han querido transmitirnos de las tres religiones medievales conviviendo en feliz armonía, en realidad estas comunidades solían estar juntas pero no revueltas, por lo que cada una de ellas hacía su vida propia de forma bastante independiente, algo que ocurría también, aunque no de forma tan acusada, cuando coincidían en un mismo lugar repobladores cristianos llegados de diferentes lugares. Aunque es evidente que se relacionaban, cabe presumir que confraternizarían lo justo con sus vecinos, por lo que en la práctica cada barrio resultaba ser algo similar a una pequeña aldea relativamente aislada del resto. Así pues, no es de extrañar que cada uno de ellos contara con su propia trama viaria, diseñada de modo que permitiera moverse por él sin necesidad de tener que atravesar ninguno de los otros.

Pese a las transformaciones experimentadas a lo largo de los siglos, todavía hoy resulta relativamente fácil discernir cual pudo ser la trama urbana de este antiguo barrio medieval, gracias principalmente a que a diferencia de otras zonas de la ciudad tales como las antiguas judería y morería, y todavía más en el caso del antiguo arrabal de Santa María y futuro campus universitario, éste no experimentó grandes alteraciones durante los períodos renacentista y barroco gracias a que, salvo contadas excepciones, tan sólo se asentaron en él un pequeño número de colegios universitarios y de conventos, aunque lugares tales como la plaza de la Victoria o la del Empecinado son evidentemente posteriores al Medievo.

Si nos fijamos en un plano moderno de Alcalá veremos que, junto con el importante eje norte-sur que discurría entre la Puerta de Burgos y la del Vado, aparecen varios ejes transversales este-oeste aparte del ya citado que discurría entre la Puerta de Guadalajara y la de Madrid a través de la calle Mayor, la de los Bodegones -situada aproximadamente donde hoy se encuentra la calzada de la plaza de los Santos Niños- y la del Cardenal Cisneros.

El principal de ellos era el formado por las calles Trinidad, Cárcel Vieja, Emperador Fernando, Santa Catalina, Rico Home y Ánimas, que dividía al barrio cristiano en dos mitades aproximadamente iguales comunicando dos puertas o postigos secundarias, la de las Tenerías Viejas, situada en la esquina de Santa Úrsula con Trinidad y la plaza de Rodríguez Marín, y la de Santa Ana, al final de la calle Postigo. Aunque a diferencia de las anteriores ninguna de ellas llevaba a una vía de comunicación importante, resultaban bastante útiles para los alcalaínos dado que la primera conducía a las huertas del Val y al antiguo castillo, todavía en pie, mientras la segunda, olvidada ya la antigua Compluto, encaminaba a las huertas y las dehesas donde se asienta actualmente el barrio de Reyes Católicos.

Entre ambos ejes había un tercero que, siguiendo como siempre la nomenclatura actual, correspondería a las calles Santa Úrsula, Escritorios, Santos Niños, Victoria y Postigo. En la práctica éste quedaba partido en dos al llegar a la plaza de los Santos Niños, ya que ésta no existía entonces -su trazado, como ya he comentado, es de finales del siglo XIX- y, salvo dos pequeñas plazoletas situadas a ambos extremos, la de Abajo entre las calle Mayor y Escritorios y la de San Justo entre las de la Tercia y San Juan, unidas ambas por la desaparecida calle de los Bodegones, el resto estaba ocupado en su totalidad por viviendas a excepción del estrecho callejón del Cristo de la Cadena, que se abría entre éstas y la Magistral y no tenía consideración de vía pública, ya que sólo se utilizaba para acceder a ésta por la puerta lateral que da actualmente a la plaza. Así pues, era preciso dar un rodeo para volver a salir, por la calle de la Tercia, a las de la Victoria y Postigo. De hecho todavía hoy, pese a poderse atajar por el interior de la plaza, hay que seguir bordeando la lonja de la Magistral.

Por esta razón, no es de extrañar que en la Edad Media existiera otra calle, paralela a éstas y algo más hacia el sur, la cual sí discurría completamente recta -tal como entendían entonces este adjetivo, claro- durante la mayor parte de este trayecto, evitando el tapón que creaban conjuntamente la Magistral -en realidad la parroquia medieval que la precedió, de tamaño más reducido- y las casas de la actual plaza. Y ésta es precisamente la calle a la que, tras este largo preámbulo, voy a prestar atención.
Esta vía urbana, cuyo nombre original desconozco, tenía su inicio en la actual confluencia de las calles Santa Úrsula y Escritorios, justo, donde se alza la fachada de la iglesia de las Agustinas. Seguía por la calle Avellaneda, cruzaba la plaza de Santa María la Rica y la calle del Empecinado, pasaba por detrás de la Magistral y, tras atravesar la calle de la Tercia, continuaba por la de los Seises hasta alcanzar las cercanías del postigo de Santa Ana. Quedan pues, como restos de ella, las actuales calles de Avellaneda (número 2, en azul) y de los Seises (número 3, en verde), mientras tanto su tramo inicial como el que discurría entre las calles del Empecinado y de la Tercia desaparecieron o bien dejaron de tener la consideración de vía pública.
Estudiemos el primero. Volviendo al plano, veremos que la calle de Avellaneda discurre actualmente entre la travesía del mismo nombre y la plaza de Santa María la Rica, por lo que el tramo amputado fue el comprendido entre la calle de Santa Úrsula y la travesía de Avellaneda, quedando como vestigio del mismo la fachada lateral del convento de las Agustinas que forma un ángulo de noventa grados con la fachada de la iglesia. Según Carmen Román Pastor1 entre la calle suprimida y la de Escritorios había inicialmente una pequeña manzana de forma triangular -el tercer lado lo formaría el principio de la travesía de Avellaneda- que fue comprado por la comunidad religiosa, que ya poseía los edificios de enfrente. En 1666 las monjas solicitaron permiso al Ayuntamiento para cortar el callejón, el cual les fue concedido, levantando la iglesia sobre el solar formado por éste y por la manzana vecina. Alcalá perdió así una calle (marcada en rojo con el número 1), pero a cambio ganó una de sus panorámicas urbanas más espectaculares.
Algunos años antes, a mediados del siglo XVII según Antonio y Miguel Marchamalo2, el cabildo magistral decidió construir una nueva sala capitular. A raíz de las reformas de los arzobispos Carrillo y Mendoza, y la posterior reedificación de Cisneros, la antigua parroquia medieval de los Santos Niños, presumiblemente un modesto templo mudéjar, había crecido considerablemente de tamaño, tanto en la cabecera -Cisneros tuvo que derribar varias casas para construir la girola- como hacia los lados. El claustro, de tamaño relativamente reducido para el empaque de la iglesia, fue levantado, también en el siglo XVII, sobre un antiguo cementerio, y para construir la sala capitular se vieron en la necesidad de invadir parcialmente la calle que discurría por detrás, es decir, la continuación de la de Avellaneda. Ciertamente podrían haberle dado a la sala capitular unas dimensiones menores, y en cualquier caso los urbanistas de entonces tampoco se preocupaban de forma excesiva por la anchura y la alineación de estas calles secundarias… pero lo cierto es que, cabe suponer que previa autorización municipal, cortaron el callejón por ambos extremos, situación que ha perdurado hasta hoy.
A diferencia del otro tramo cortado, que desapareció bajo la fábrica de la iglesia de las Agustinas, este otro se conserva en su mayor parte englobado en el interior de los patios traseros de la Catedral-Magistral. Y si bien resulta difícil apreciar la embocadura de la antigua calle por la parte del Empecinado, no ocurre lo mismo por la de la Tercia, ya que sobre ésta se construyó un portón de entrada de vehículos que continúa en uso. Si tienen ocasión de entrar allí, e incluso desde la propia calle de la Tercia, podrán apreciar que los edificios de lo que fuera la acera del lado sur tienen una fachada lateral, con ventanas incluidas, que se abren a lo que ahora es el patio, algo que no ocurriría de haberse tratado de una medianería.

Las fotografías aéreas nos dan una visión todavía más clara de lo que fuera la antigua calle (en rojo, con el número 3), dividida parcialmente en dos por la citada sala capitular y englobados ambos tramos en sendos patios sobre los que en su día es probable que hubiera edificaciones.

Continuando por la calle de los Seises llegaremos finalmente a su confluencia con el tramo inicial de la calle de las Vaqueras, que a su vez acaba un poco más allá en la del Postigo. Aquí se nos plantea una nueva duda: ¿Llegaba nuestra calle medieval hasta el mismo postigo de Santa Ana? La respuesta no es sencilla, principalmente porque tampoco resulta fácil determinar el lugar exacto en el que estuvo ubicada esta puerta secundaria. Se sabe que la muralla, tras las ampliaciones del arzobispo Carrillo, discurría en el tramo comprendido entre las puertas de Madrid y del Vado por la calle de Andrés Saborit y el Paseo de los Curas, pero esto no quiere decir que en la Edad Media fuera así ya que, como he explicado, su trazado sufrió importantes modificaciones a mediados del siglo XV. Y aunque la ampliación principal fue justo en el otro extremo, desde la plaza de Cervantes hasta los Cuatro Caños y la Puerta de Aguadores, algunos autores como Miguel Ángel Castillo Oreja3apuntaron la posibilidad de otra ampliación en esta zona, trasladándose la puerta del Vado desde su ubicación primitiva, a la altura del monumento al Empecinado, hasta su emplazamiento actual, al tiempo que la muralla entre la Puerta de Madrid y el postigo de Santa Ana habría discurrido anteriormente por la que ahora es la calle del Cardenal Tavera.

Según la hipótesis de Castillo Oreja el postigo primitivo -el segundo se habría adelantado, obviamente, hasta la actual plazoleta- estaría en la confluencia de Cardenal Tavera con Postigo, muy cerca de donde finaliza la calle de los Seises, por lo que nuestra calle medieval habría llegado así hasta las lindes de la ciudad. La idea es sugestiva, pero…

Vicente Fernández4, apoyándose en la reconstrucción del plano medieval publicado por Carmen Román Pastor5, rebatió la teoría de Castillo Oreja argumentando, con bastante fundamento, que si colocamos la Puerta del Vado a la altura del monumento al Empecinado y el portillo de Santa Ana en la esquina de la calle Cardenal Tavera, el trazado de las murallas cortaría de forma ilógica buena parte de la trama urbana de la zona sur del casco medieval, dejando desubicadas calles como la de las Ánimas, cuyo recodo la conduce claramente hacia el portillo de Santa Ana, o las de las Vaqueras, Damas y Siete Esquinas, todas las cuales quedarían cortadas en lugar de confluir, junto con la del Empecinado, en la Puerta del Vado.
En lo que respecta al postigo de Santa Ana, que es lo que aquí nos interesa, queda claro que de encontrarse a la altura de la calle Cardenal Tavera habría dejado fuera la de las Ánimas, lo que no resulta lógico -esta última es, sin ninguna duda, una calle de origen medieval-, haciendo inexplicable además su recodo. Pero por otro lado, el trazado “moderno” de las murallas tampoco explica el extraño saliente que forma la calle Arratia en su confluencia con la Puerta de Madrid, por lo que cabe la posibilidad de que Castillo Oreja tuviera parcialmente razón, debiéndose hacer retroceder el trazado de la muralla medieval en ese lugar; pero no hasta la calle Cardenal Tavera, como él proponía, sino tan sólo hasta la de Arratia, lo que justificaría la existencia de esa manzana sobresaliente. En este caso el postigo quedaría ubicado al fondo -o al principio, según se mire- de la actual plazoleta, es decir, en la confluencia de la calle Postigo con la de Arratia… que casualmente coincide también con la de las Ánimas. Aunque carezco de pruebas documentales, tal coincidencia no me parece casual, por lo cual la considero la más probable.
Asumiendo esta hipótesis, ¿cómo discurriría el último tramo de nuestra calle medieval? La verdad es que no resulta nada fácil discernirlo debido a las modificaciones sufridas por este entorno, pero vamos a intentarlo. Para empezar, el tramo de la calle de las Vaqueras comprendido entre Seises y Postigo presenta un trazado extraño totalmente desenfilado del resto de la calle; cierto es que en la Edad Media no se preocupaban demasiado por la alineación de las fachadas, pero la verdad es que tanto su orientación como su anchura resultan extrañas en comparación con otros tramos. Se da la circunstancia de que la propia calle de los Seises también presenta aquí un llamativo ensanchamiento en comparación con la parte más cercana a la Tercia; y aunque uno de los dos edificios que forman esa pequeña manzana es moderno, tanto éste como el vecino respetan la antigua alineación, por lo que cabe suponer que en un momento indeterminado -pero posterior al siglo XV- la antigua calle medieval fue ensanchada y, probablemente, pudo abrirse o modificarse entonces la prolongación de la calle de las Vaqueras.
De hecho, justo enfrente existe un pequeño recodo que parece querer prolongar la acera de los impares de la calle de los Seises más allá de la de las Vaqueras, formándose una pequeña plazoleta al fondo de la cual hubo hasta hace poco al menos dos edificios, hoy demolidos, cuyas fachadas estaban perfectamente alineadas con la citada acera de los impares. Por lo tanto la conclusión es obvia: existiera o no ese tramo de la calle de las Vaqueras, la de los Seises debía prolongarse al menos hasta allí.

El problema estriba en que esta posible prolongación de la calle se topa a continuación con la fachada lateral de un edificio cuyo jardín delantero se extiende hasta la calle del Postigo, sin que aparezca el menor atisbo de un posible hueco en todo su recorrido. Resulta, pues, muy difícil discernir como pudo ser esta zona en los siglos medievales, aunque este edificio es evidentemente más moderno y por supuesto posterior a la hipotética ampliación de la muralla que hemos considerado. Y aunque no tendría por qué afectarle, dado que entre este lugar y el final de la calle Postigo todavía hay una manzana con varios edificios más, incluyendo algunos solares, lo cierto es que si sobre una fotografía aérea prolongamos la línea de las fachadas haciéndole describir un leve recodo similar al de la vecina calle de las Ánimas (número 5, en rojo), llegaríamos, casi con total exactitud, justo a donde debió de estar situada la antigua puerta, concretamente entre las calles Postigo y de las Ánimas. Otra posibilidad, quizá más sencilla, es que la calle continuara recta o bien doblara ligeramente en sentido contrario, confluyendo con esta última en las proximidades del recodo. ¿Casualidad? Puede que sí, puede que no.

Para terminar podemos especular también sobre el aspecto que debió de tener esta calle, y para ello tenemos como muestra los dos tramos mejor conservados de la calle Avellaneda y de la calle de los Seises, ya que ambas cuentan con una parte ensanchada fruto de intervenciones posteriores, muy reciente en el caso de la primera ya que éste tuvo lugar, por ambos lados, en los años setenta del pasado siglo.
Por el contrario, y aunque los edificios actuales no son obviamente los originales, tanto la calle de Avellaneda en la parte cercana a Santa María la Rica, como la de los Seises entre la calle de la Tercia y la travesía de los Seises, no parecen estar demasiado modificadas en lo que se refiere a su anchura… poco más que un callejón, ciertamente, pero un tamaño muy habitual para la época en la que fue trazada y no muy diferente de otras calles cercanas como la de Santa María la Rica, posiblemente una de las mejor conservadas de todo el casco antiguo. Lamentablemente nada podemos sacar en claro en el tramo englobado dentro del recinto de la Catedral-Magistral, dado que el derribo de las edificaciones de su margen norte -la que linda con el templo- y de parte de las de la margen opuesta nos impide conocer con exactitud cual pudo ser su anchura, aunque cabe suponer que ésta fuera similar a la de los otros tramos.

1 ROMÁN PASTOR, Carmen. Arquitectura conventual de Alcalá de Henares. Institución de Estudios Complutenses. Alcalá de Henares, 1994.
2 MARCHAMALO SÁNCHEZ, Antonio y MARCHAMALO MAÍN, Miguel. La Iglesia Magistral de Alcalá de Henares. Institución de Estudios Complutenses. Alcalá de Henares, 1990.
3 CASTILLO OREJA, Miguel Ángel. Ciudad, funciones y símbolos. Alcalá de Henares, un modelo urbano de la España moderna. Col. Alcalá Ensayo, nº 2. Ayuntamiento de Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, 1982.
4 FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Vicente en Alcalá 1293. Una villa universitaria de la Edad Media. Brocar. Alcalá de Henares, 1993.
5 ROMÁN PASTOR, Carmen. Op. cit.

© José Carlos Canalda

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